Actualmente, los locales donde se expende café se encuentran entre los lugares de trabajo predilectos de personas cuyas únicas herramientas son una computadora personal y su propia creatividad. Por poner como ejemplo a los escritores, ha quedado atrás la figura un tanto romántica de aquel o aquella que fabulaban en la soledad de su habitación —à la Proust, à la Woolf— y, por el contrario, esta actividad ha pasado, como tantas otras, a ser sumamente pública (aunque igualmente pueden citarse los casos de los escritores vieneses de finales del siglo XIX asiduos a los cafés de la ciudad).
Sin embargo, un estudio reciente dirigido por Ravi Mehta, candidato a doctor en la Universidad de British Columbia, sugiere que el ruido de fondo tan propio de una cafetería es uno de los mejores estimulantes para la creatividad y, en general, el trabajo que se realiza sobre todo con el intelecto (lo cual contradice la conseja generalizada de que el silencio absoluto es la mejor condición para escribir, pensar, etc.).